28 Festival de Málaga: Días 3 y 4 (16 y 17 de marzo)

 


Nunca Fui A Disney (★★★) es un precioso retrato de la infancia a través de momentos cotidianos bellísimamente filmados, con un tratamiento del color que recuerda a las últimas de Baker —parece haber en ella también influencias de Charlotte Wells, pero logra ser independiente de ambos y crear algo más personal—.

En palabras de la directora, busca "Rescatar cosas lindas de la infancia, aun en un contexto complicado, tanto social como familiar", y es lo que consigue. Tiene también posiblemente los títulos de crédito más bonitos que se han visto por el festival.

Asistimos a una sesión de cortometrajes documentales, donde participaban la ya consagrada Lila Avilés con su Músicas (★★★½), donde muestra la vida de distintas mujeres dedicadas a la música entre distintas comunidades indígenas.

Maryam Harandi presentó La Palmera (★★★★) y afirmaba que "el cine nos hace encontrarnos y perdernos, y yo con la palmera me sentí perdida", al rodar este documental sobre la que se encontraba delante de su casa.

Comentó acerca de un futuro proyecto sobre los sueños, cree que sus emociones y vivencias generan una película durante las noches y vale la pena contarla. 

Deus-e-meio (★★★★) fue presentada por su productor al no poder asistir la directores, y no pudo responder de forma directa sobre las influencias, pero está claro lo muchísimo que debe este corto al cine de Pedro Costa, tanto en temas como forma. Lo interesante es que logre llevárselo a un terreno propio, incluso autobiográfico.

8 (★½) era una de las que más prometía del festival, pero ha terminado siendo un completo desastre. Los primeros 20-30 segundos —hasta que el primer actor ha articulado palabra— me han maravillado porque no la esperaba así formalmente, pero rapidísimamente todo se vuelve repetitivo, vacío, plano. No hay profundidad en sus imagenes y todo queda explicitado verbalmente de forma constante. El reparto no ayuda mucho y el montaje es terriblemente malo, en conjunto queda totalmente artificioso y con poco o ningún valor, ni en fondo ni forma.

Realmente me ha dado pena, he sentido lástima durante toda la película porque es algo que podría haber sido más si no se creyese más de lo que es, si no buscase sorprender al espectador de formas tan baratas y cutres. No es riesgo, es sólo una verborrea de quien ya no tiene muchas ideas para su carrera, solo un discurso político que necesita explicitar de la forma más ridícula posible durante 2h.


La Terra Negra (★★★★½) fue una increíble sorpresa, una película rural al estilo Kaurismäki —con sus mismas manías formales, actorales e incluso escenarios similares—, pero llevándolo a otros terrenos muy distintos. Tratando la violencia, lo erótico, problemas de actualidad... La película habla sobre la culpa y la responsabilidad, haciendo distinción entre ambas, enfatizando la necesidad de la primera para sentir la segunda. 

"La culpa te infantiliza, la responsabilidad te hace madurar" afirma el director, y añadía respecto a la estructura del filme que "En todo réquiem alguien tiene que quemarse para que alguien pueda liberarse, y creo que eso es un poco la historia: dos personas que se sienten fracasadas, aunque no lo son, quizás les han fracasado; pero se apoyan mutuamente. No es una historia de amor, es una historia de compañerismo"

Una Quinta Portuguesa (★★) sobresale entre las anteriores porque está bien grabada pero, sinceramente, qué mínimo. Manolo Solo cumple y la película tiene cierto corazón (Cuando la naturaleza se come la imagen y el verde envuelve la pantalla crea momentos de gran belleza. Lo malo es que la imagen, aunque bonita, es siempre plana, la forma no aporta), pero resulta sobrexplicativa, reiterativa, y el guión hace uso de demasiados trucos fáciles que alargan el metraje hasta resultar tediosa. 


Llueve sobre Babel (★★★★) nace de un ejercicio en pandemia en el que la directora sugería a los actores escribir cada uno un personaje, a través del cual hablaron sobre lo que necesitaban sanar. Los juntó, creó una historia y un mundo propio con ellos y el resultado es este "steampunk tropical" —como denomina ella—.
Una película sobre esa sanación, sobre crecer en un país racista, xenófobo y violento. Y a pesar de la denuncia social no quiere "que se sienta como que predica al espectador, hay que sentirse libre y divertirse", y logra hacerlo notar al observar en ella mucha honestidad y un gran corazón. 
Bebe de Wong kar-wai pero tiene mucha identidad propia, dejándolo sólo como referente y pudiendo crear algo bastante rompedor y autoral.


Vírgenes (★★½) apuntaba a ser una comedia del montón pero sorprendentemente no solamente resultó divertida, sino que además poseía un gran corazón en su interior y una destreza técnica bastante atípica para este tipo de películas, ojalá sea una tendencia a seguir en el futuro y se animen a cuidar la imagen de este cine también.



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